Cuando la prioridad esta puesta en el pensamiento, corremos el riesgo de asumir que somos lo que pensamos, identificandonos con esos pensamientos. Es hora de asumir que la certeza esta en el cuerpo, en lo que siento.

Es frecuente encontrarnos identificados con lo que pensamos, e inclusive, juzgarnos en base a los pensamientos de ese momento.

El cerebro hace muy bien su función, produce toda una serie de pensamientos: esperanzadores, catástrofistas, dicotómicos, extremistas…

Al igual que el corazón late, el cerebro piensa.

Igual que el corazón, el cerebro puede funcionar: unas veces deprisa, otras lento, otras parece que se para y otras nos puede dar un vuelco, pero no por ello nos identificamos con ese ritmo momentáneo.

En los últimos tiempos, se ha dado suma importancia a lo que se piensa y con ello, a como poder cambiarlo y manejarlo, creyendo así poder «controlar» lo que nos disgusta, olvidándonos de los afectos, de lo que sentimos, de donde y como lo sentimos, y esto, es lo realmente importante.

El cuerpo lleva la cuenta, el cuerpo no engaña, el cuerpo nos invita a indagar y a traducir un mensaje que esta grabado en como nos movemos, en como nos acercamos, en como andamos, en como abrazamos, en como dejamos que nos abracen, en como miramos, en como besamos…

No todo podemos pensarlo, ni todo podemos ponerlo en palabras.

Es importante tener en cuenta que el primer año de vida es una etapa preverbal, una etapa en la que no hay todavía una desarrollo del lenguaje.

Se trata de una etapa importantísima, en la que todo son cuidados, caricias y afectos, donde los recuerdos van a quedar grabados en la piel, en el cuerpo, donde toda la comunicación se dará a través de este, quedando huellas que serán imborrables, pudiendo posteriormente activarse, sin saber muchas veces, porqué sentimos lo que estamos sintiendo, sin poder ponerle palabras… Simplemente lo estamos sintiendo.

Este sentir, nos abre el camino de conectarnos con nuestra experiencia, y es aquí, donde «tiraremos del hilo» y emprenderemos la aventura del autoconocimiento.

Porque si algo está claro, es que la mente nos puede engañar, el cuerpo, sin embargo, es como la imagen reflejada en el espejo, solo hay que mirarla.