“Las emociones reprimidas nunca mueren, son enterradas vivas y saldrán de la peor manera” Sigmund Freud
El ser humano huye de las emociones que etiqueta como “negativas”. De manera inconsciente reprime esa emoción, la guarda en una caja fuerte y tira la llave lejos para que así estas no puedan encontrarle. Esta estrategia va convirtiéndose en una forma de escapar, de huir, de evitar el sufrimiento, con los riesgos que ello conlleva.
Es frecuente encontrarnos con personas que comienzan a manifestar diferentes síntomas somáticos como: dolor de estómago, colon irritable, migrañas, psoriasis, contracturas, mareos… En muchas ocasiones estas manifestaciones son un grito desesperado de esas emociones enterradas vivas. Esas emociones ocultas, encerradas y abandonadas no se destruyen sino que gritaran cada vez con más fuerza hasta ser escuchadas.
Aprender a escucharNOS, parar a pensarNOS, comenzar a sentirNOS es un requisito indispensable para sanar, sin embargo, es difícil hacerlo cuando hay enterrado sufrimiento, dolor o trauma, cuando la herida que se observa todavía esta supurando.
Igual que cuando el cuerpo nos duele o presentamos alguna molestia acudimos al médico, es necesario acudir a un profesional de la salud mental, un profesional que nos pueda acompañar, que nos de seguridad y que pueda guiarnos en este proceso tan importante y transformador.
En este proceso pueden surgir numerosas defensas que intentarán seguir ocultando estas emociones, estas heridas y recuerdos dolorosos, esto que se manifiesta a través de otros síntomas como una manera de protegernos, sin embargo, esta protección es una ilusión, un muro que con el tiempo se vuelve destructivo.
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